Francesc Torres
El soliloquio de la felicidad (fragmentos), 2001
En la misma proporción que el SIDA ha hecho del sexo una aventura potencialmente mortal, han proliferado los servicios de sexo telefónico en los que una voz desprovista de cuerpo establece un intercambio sexual de mentira con un cliente que, a su vez, puede mentir sobre sí mismo. Se empieza a especular con las posibles aplicaciones de la realidad virtual en la industria del sexo mercenario, lo que representaría un paso más en la descorporización del acto sexual.
No es una casualidad que un proceso similar tenga lugar en el terreno de la política en aquellos países con sistemas democráticos representativos. En estos casos la participación política del ciudadano ha quedado transformada en un cúmulo de actos simbólicos de ejercicios de opinión (votaciones, referéndum, encuestas) que representan muy poco en tanto que ejercicio real de poder tangible, mientras que el papel del político se transforma en uno de representación ( en el sentido teatral de la palabra) encaminado a simular que vivimos en un sistema en el que la ciudadanía es la depositaria del poder constitucional real. El resultado ha sido una descorporización de la participación política en la que todos los agentes activos son incapaces de establecer interacciones directas, y sólo saben los unos de los otros por "media" interpuesto (prensa, televisión, correo directo, electrónico, encuestas, etc.). Incluso en los mítines electorales el líder, subido a un escenario, está tan lejos de los militantes que tiene que ser mostrado en tiempo real mediante grandes pantallas de televisión, para que todo el mundo tenga la seguridad que realmente está presente.
La versión política de esta pieza ya se ha realizado como parte de la exhibición "Circuitos cerrados" en la Fundación Telefónica a principios de 2000. me parece fundamental abordar la versión sexual del proyecto, para así completar la relación fenomenológica entre democrácia y sexo en la sociedad occidental contemporánea, vacía de contenidos reales fuera de los económicos, donde la democracia formal disfraza la letal potencialidad del poder. La letalidad potencial del sexo se ha transformado en su analogía.