Virginia Sánchez Rodríguez, Universidad de Castilla-La Mancha
En el año 2006, los espectadores que acudieron a las salas de cine de medio mundo pudieron disfrutar de la película Copying Beethoven de Agnieszka Holland, cuyo argumento narra la hipotética colaboración de la copista Anna Holtz (Diane Kruger) con el genio de Bonn (Ed Harris).
A pesar de que el personaje femenino fue ficticio y, al parecer, Beethoven nunca contó con la colaboración profesional de una mujer para esas tareas, lo cierto es que el músico alemán se vio rodeado, a lo largo de su existir, de numerosas y célebres féminas. Con motivo del 250 aniversario de su nacimiento, y puesto que junto a un gran hombre siempre hay una o muchas grandes mujeres, a continuación proponemos un acercamiento a algunas de ellas.
El mito de Beethoven y la amada inmortal
Ludwig van Beethoven (1770-1827) no solo es uno de los grandes compositores de la historia de la música, sino, además, el autor de un elevado número de melodías identificables para el gran público. Estas incluyen desde la sencilla bagatela para piano Para Elisa al célebre coro del cuarto movimiento de la Novena Sinfonía.
Asimismo, desde la perspectiva personal, el músico es también uno de los artistas más conocidos de acuerdo con la popularización de ciertos tópicos sobre su carácter arisco, tosco y malhumorado, rasgos popularmente atribuidos a aquellos seres tocados por los dioses –patentes también en artistas de otras disciplinas, como Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564) o Francisco de Goya (1746-1828), entre otros–, a cuya imagen han contribuido, sin duda, las narraciones y películas que recrean su figura.
Una vida dura, un halo de misterio
Seguramente, en la formación de la personalidad de Beethoven resultaron fundamentales sus complejas circunstancias vitales, tales como su difícil infancia tras quedar huérfano de madre en su juventud, los problemas con la bebida de su padre, la falta de afecto por parte de su familia o la escasa suerte en el amor.
Sobre la relación de Beethoven con las mujeres tenemos pocas certidumbres. Lo que sí sabemos es que nunca llegó a contraer matrimonio y que su vida amorosa ha estado rodeada de un halo de misterio, fomentado por el mito de la amada inmortal.
Tras su fallecimiento en 1827, junto al Testamento de Heiligenstadt y otros enseres, fue localizada una carta dirigida a una fémina anónima, referida como la “amada inmortal”. Esta destinataria desconocida, a la que el músico profesaba sus más profundos y apasionados sentimientos en el mencionado documento, podría ser, según la mayor parte de las investigaciones, la condesa Josephine Brunsvik (1779-1821), quien comenzó siendo su estudiante y, posteriormente, se convirtió en una buena amiga.
Más allá de este mito, Beethoven estuvo rodeado de numerosas mujeres, algunas de ellas alumnas y, sobre todo, selectas mecenas que disfrutaron, junto al músico, de agradables veladas y que recibieron, a modo de obsequio, la dedicatoria de algunas de sus obras.
Las mecenas de Beethoven
Una aproximación al legado del coloso alemán nos permite constatar que muchas de sus obras, una vez impresas, fueron dedicadas a mujeres. Y, si fijamos nuestra mirada en las composiciones dedicadas a éstas, comprobamos que las destinatarias pertenecieron a la corte o la aristocracia, siendo la mayor parte de ellas mecenas del compositor.
En las obras de Beethoven dedicadas a mujeres, en primer lugar, observamos la ausencia de sinfonías, el género que gozaba de mayor prestigio en la época. Por el contrario, existe un evidente protagonismo de la música pianística en sus dedicatorias femeninas.
En el fondo, este hecho tiene que ver con el lugar de la mujer en la disciplina musical en el siglo XVIII, en torno a los entretenimientos de salón. La vinculación al arte musical solía producirse en el hogar, donde, de la misma forma que la costura o la lectura, el canto y la interpretación amateur del piano formaba parte de las rutinas domésticas.
A modo de ejemplo, algunos vestigios pianísticos con los que Beethoven honró a mujeres son las Sonatas Op. 14, que cuentan con la dedicatoria a la baronesa Josephine von Braun (1765-1838) –quien contribuyó en la materialización del estreno de Fidelio, única ópera del compositor–, o la Sonata Op. 101, que es un agasajo para la baronesa Dorothea von Ertmann (1781-1849), pianista profesional.
No obstante, probablemente la composición con dedicataria femenina más conocida para el gran público sea la Sonata Op. 27 nº 2, popularizada como Claro de Luna tras el fallecimiento del compositor, dedicada a la condesa Giulietta Guicciardi (1784-1856), que también fue su alumna y por la que, al parecer, el compositor albergó sentimientos amorosos.
Música de cámara y conciertos
Algunas mujeres también recibieron, a modo de agasajo, la dedicatoria de música de cámara, que tanto éxito tuvo en los salones aristocráticos, a través de géneros vocales y también instrumentales. La princesa Caroline Kinsky (1782-1841), dotada cantante, es la destinataria de los Lieder Op. 75 y Op. 83 y la anteriormente mencionada condesa Josephine Brunsvik lo es del Op. 32, mientras que la condesa Anna Maria Erdödy (1779-1837) fue agasajada con cuatro obras instrumentales (Op. 70 nº 1 y nº 2 y Sonatas para piano y chelo Op. 102 nº 1 y nº2).
Beethoven también quiso agradecer y complacer a algunas de sus más queridas amigas y mecenas con otras obras de mayores dimensiones, como el Concierto para piano y orquesta Op. 15 nº 1, dedicado a la princesa Anna Louise Barbara Odescalchi (1780-1813), a quien todos llamaban Babette y a quien Beethoven conoció, como alumna, con su apellido de soltera, Keglevics. Además de este virtuosístico concierto, Beethoven también dedicó a Babette la Sonata para piano Op. 7 y las 6 Variaciones para piano Op. 34.
El legado
El 16 de diciembre de 1770, hace 250 años, nació un genio que permanece inmortal gracias a su imponente legado musical. Si lo que conforma la personalidad de todo individuo son sus experiencias vitales, su trabajo y su entorno, en el caso de Beethoven, dicho entorno estuvo compuesto por mujeres excepcionales que, seguramente, también tuvieron algo que ver –como musas, como mecenas y como amigas– en esa gran labor. Ellas fueron merecedoras de obtener la dedicatoria de obras geniales que han permitido que sus figuras pasen a la posteridad de la mano de Beethoven.
Virginia Sánchez Rodríguez, Profesora Ayudante Doctora de la UCLM. Miembro del Centro de Investigación y Documentación Musical (CIDoM)-Unidad Asocida al CSIC. Especialista en música del cine español y mujeres músicas de los siglos XIX y XX., Universidad de Castilla-La Mancha
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.