Cristina Rodríguez Yagüe, Universidad de Castilla-La Mancha
¿La imagen que nos devuelven las películas y las series carcelarias reflejan la realidad de las prisiones españolas? Sin duda alguna no, pero contribuyen poderosamente, junto con las noticias de sucesos que han ido ganando protagonismo en los medios de comunicación, a dar una sensación distorsionada de nuestros sistemas penal y penitenciario.
Esa percepción de inseguridad tan presente en los medios no parece haber llegado a calar en profundidad en la población. El barómetro del CIS consulta regularmente por los tres problemas principales que existen en España. De entre ellos, la seguridad ciudadana ha ido experimentando un significativo descenso hasta situarse en un puesto 24 con un 2,1 % en el mes de abril de 2022, muy lejos de las inquietudes sobre la crisis económica (47,1 %), el paro (35,8 %) o la sanidad (18,2 %).
La preocupación actual sobre la inseguridad ciudadana alcanza mínimos históricos, muy lejos de lo que arrojaban los barómetros del mes de mayo de 2006 (26,3 %) o junio de 1988 (36,3 %). Ello se corresponde con la reducción de la criminalidad.
El último balance presentado por el Ministerio del Interior correspondiente al primer trimestre de 2022 refleja una baja tasa de criminalidad: 43,8 infracciones penales por 100 000 habitantes, ligeramente superior a la tasa registrada al cierre de 2021 (41,3) pero 3 puntos por debajo de la de 2019 (46,8). La tasa más baja de los últimos años fue en 2020, con 37,2 por 100 000 habitantes; recordemos, año de pandemia y confinamiento.
Esta falsa presentación de la realidad de las prisiones contribuye a generar una visión distorsionada del sistema penitenciario español, cuando no a consolidar prejuicios respecto a su población y al personal que trabaja en ellas. Tampoco ayuda la inexistencia de series o reportajes que muestren con mayor fidelidad su realidad.
Hannibal Lecter y el imaginario popular
El espectador de películas como El silencio de los corderos (1991) o de series como Mindhunter (2017-2019) puede llegar a convencerse de que las prisiones están llenas de psicópatas con el apetito feroz del Dr. Hannibal Lecter o con las desviaciones que estudiaban los agentes del FBI Holden Ford y Bill Tench en la Unidad de Análisis de Conducta a finales de los años 70 del pasado siglo.
Según el último Informe General de Instituciones Penitenciarias, en los centros penitenciarios dependientes del Ministerio del Interior cumplían condena 47 300 personas a 31 de diciembre de 2020. Los hombres que se encontraban en prisión lo estaban principalmente por delitos contra el patrimonio y delitos económicos (35,2 %) y contra la salud pública (18,2%). A mucha más distancia se encontraban los delitos relacionados con la violencia de género (10,2 %), las distintas formas de homicidio (7.5 %) o de delitos contra la libertad sexual (7,8 %).
Hay que tener presente además que reformas como las realizadas en materia de seguridad vial han hecho aparecer nuevos perfiles en un mundo tradicionalmente monocromático de condenados por delitos contra el patrimonio o tráfico de drogas. Realmente no somos conscientes de que cualquiera de nosotros puede entrar en prisión.
Malamadre y Celda 211: ya no es tiempo de motines
Tampoco nuestras prisiones son las que representa una de las películas más taquilleras del cine español, Celda 211 (2009), adaptación de la novela homónima de Francisco Pérez Gandul. Si bien es cierto que en un entorno como la prisión hay conflictos y violencia, afortunadamente quedaron atrás los tiempos de los motines, plantes generalizados y subidas a los tejados del pasado siglo XX. Es el tiempo en el que parece situarse la revuelta liderada por Malamadre, el protagonista, y en la que se ve envuelto Juan Oliver, Calzones, en su primer día como funcionario.
Avances como una correcta separación y clasificación de los internos, los módulos de respeto, las comunicaciones familiares, los permisos o la oferta de actividades han contribuido a la normalización del clima en prisión. También ha cambiado el perfil de los internos; la droga sigue estando muy presente, pero no tanto la heroína, que se llevó a la llamada generación perdida. Eso sí, la enfermedad mental se ha convertido en uno de los más graves problemas dentro de las cárceles.
Tampoco tiene nada tiene que ver el antiguo centro penitenciario de Zamora donde se rodó la película con los nuevos centros tipo que procuran unas condiciones adecuadas y dignas. Eso sí, todavía quedan algunas de esas viejas infraestructuras penitenciarias.
Tampoco es real la distorsionada imagen de la labor de los funcionarios: ese Antonio Resines que golpea sin piedad a las familias de los internos a las puertas de la prisión es una licencia cinematográfica incompatible con nuestra normativa penitenciaria, que atribuye la vigilancia exterior solo a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. La labor de los funcionarios de prisiones, tanto en vigilancia como en tratamiento, se desarrolla en el interior y se dirige prioritariamente a conseguir la reinserción de los condenados.
Vis a vis y la mujer en prisión
Series como la española Vis a Vis (2015-2019) nos presentan una imagen a la que estamos menos acostumbrados: la de la mujer en prisión. Y eso porque, al igual que lo es la delincuencia, la prisión es un entorno masculino. De hecho, las mujeres representan solo un 7,3 % de la población penitenciaria, porcentaje eso sí superior al 4,9 % de la media en Europa: España encarcela más mujeres.
Nuevamente lo que muestra la serie poco se acerca a la realidad. No lo hace respecto al perfil de las mujeres en prisión, que en su mayoría se encuentran también por delitos contra el patrimonio y delitos económicos (37,3%) y contra la salud pública (27,4 %) y, a mucha distancia, por las distintas formas de homicidio (9,6 %).
Tampoco la ficción refleja adecuadamente la gestión de las prisiones. Si la cárcel Cruz del Sur donde Maca o Zulema se encuentran ingresadas es de titularidad privada, afortunadamente en nuestro país la gestión de las penas privativas de libertad es pública. En la actualidad, en nuestro país conviven tres sistemas penitenciarios: la Administración General del Estado, de la que dependen 63 centros penitenciarios ordinarios y 34 centros de inserción social; el catalán, desde 1984, del que dependen 11 centros; y, desde el 1 de octubre de 2021, el del País Vasco, con tres prisiones a su cargo.
Por supuesto, en España las personas privadas de libertad no visten esos monos amarillos dirigidos a despersonalizar y cosificar a los individuos. En respeto a su derecho a la dignidad y a la propia identidad, la ley penitenciaria garantiza desde 1979 que puedan vestir sus propias prendas, así como su derecho a ser designados por su propio nombre. A lo largo de sus cuatro temporadas, muy pocas coincidencias, prácticamente ninguna, encontramos entre realidad y ficción.
Cárceles superpobladas y dureza de las penas
Clásicos del cine carcelario como El expreso de medianoche (1977) o series como Inside the World´s toughest prisons (2016-2021) nos acercan a uno de los mayores problemas del sistema penitenciario mundial: el hacinamiento. La falta de suficiente espacio vital en las celdas, su masificación, las condiciones de insalubridad o la ausencia de actividad fuera de la celda pueden ser considerados como un trato inhumano.
España tuvo un serio problema de falta de plazas en la primera década de este siglo. Llegó a ser el segundo país de los 47 del Consejo de Europa con mayor sobreocupación carcelaria en 2008: 153 internos para cada 100 plazas, como refieren los informes SPACE I. Sin embargo, una fuerte inversión en la construcción de nuevas prisiones, además de alguna reforma penal y, sin duda, el descenso de la delincuencia, han alejado el fantasma del hacinamiento del sistema de prisiones español.
Sin duda, la realidad penitenciaria en España sigue siendo una gran desconocida para la sociedad, influida por los frecuentes estereotipos que la narrativa audiovisual mantiene. Los datos aquí recogidos son un termómetro que nos informa de la severidad del Código Penal y de las condiciones de cumplimiento de las penas, algo de lo que los españoles no son plenamente conscientes. Y recuerden: cualquiera de nosotros puede entrar en prisión.
Cristina Rodríguez Yagüe, Profesora Titular de Derecho Penal, especialización en Derecho penitenciario, Universidad de Castilla-La Mancha
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.