Juan Luis Manfredi, Universidad de Castilla-La Mancha
Dos debates. A falta de uno, las elecciones generales se van a articular alrededor de dos espectáculos televisados. Porque desde el proceso de selección de fechas y participantes hasta el análisis posterior de ganadores y perdedores, la televisión política reina en la configuración de la estrategia electoral.
No, no voy a repetir el argumento de Kennedy y Nixon, el careo entre Miterrand y Chirac o el patrio entre Aznar y González.
La televisión importa y centra porque es capaz de agitar la estrategia, las decisiones de los candidatos y el estado de ánimo de los votantes.
En la estrategia, porque los cuatro con más oportunidades a priori se ven abocados a participar o bien ausentarse. Recuerden las desastrosas consecuencias de la “silla vacía” de Javier Arenas en las andaluzas de 2012.
En las decisiones de los presidenciables, porque en el minuto de oro y, de hecho, en cada intervención tienen que colocar un mensaje preciso y segmentado para cada tipo de votante. Por eso, nos parece que son sucesiones de “mini-mítines” acumulados y no una conversación natural.
Y, para conocer el estado de ánimo, basta con seguir las redes sociales, revisar la mensajería instantánea o consultar las encuestas que publican los diarios. Ese “¿a quién ha visto ganador?” muestra bien la línea editorial de los lectores, que proyectan en estas encuestas digitales unas emociones, argumentos propios de la democracia sentimental que argumenta Manuel Arias Maldonado y no tanto un examen racional.
El giro afectivo de la política alimenta a la televisión, que a su vez riega nuestros móviles recalentados tras dos horas de debate.
La participación ceremonial
Con cerca de un 40% de indecisos, la televisión crea oportunidades de comunicación política. Se trata de aprovechar “la participación ceremonial” que describieron Daniel Dayan y Elihu Katz en 1993.
Esta interpelación a la audiencia aprovecha la actitud pasiva del espectador para formar opinión pública a través de momentos memorables, perfiles heroicos y toda clase de eventos mediáticos.
Antes de la aparición de las redes sociales y los memes, los dos autores señalaron cómo la audiencia se apropia de lo que ve en televisión para convertirlo en parte de su vivencia, de su memoria colectiva. Hoy, los debates son artillería para la producción transmedia que consumimos en el móvil sin filtros. Esos montajes, amateurs las más de las veces, reflejan la apropiación de eslóganes políticos en pro de un instante emocional compartido en la virtualidad real de la comunidad política digital.
La estética presidenciable
Esta hipótesis refuerza el carácter performativo de la televisión política y la creación de una estética presidenciable. Aquí sorprende –o no- la indumentaria de Pablo Iglesias, estupenda para sus electores, pero poco apropiada para captar nuevos votantes. En la televisión, estética y mensaje caminan de la mano e Iglesias prefiere la vis académica de Somosaguas.
Pedro Sánchez emplea registros emocionales que aspiran a conectar con jóvenes, mujeres e indecisos, tres grupos demasiado genéricos para afinar un repertorio de soluciones políticas concretas y ajustadas a sus demandas reales.
Para Pablo Casado, el debate no es un instrumento útil para sus objetivos electorales. Un tono demasiado agresivo puede movilizar a la izquierda y un tono demasiado seco, aburrir a su parroquia… que ahora sí tiene otras ofertas en el mercado electoral. Su semántica conservadora clásica está acotada a la derecha por las bravuconadas de Vox o el apellido liberal de Ciudadanos, constante en todas sus intervenciones.
Por último, Albert Rivera tiene un desafío concreto: poner su capacidad retórica al servicio de una imagen presidenciable. Por eso me atrevo a señalar que ganó el primer debate, de acuerdo con su propia estrategia: “O Pedro o yo”. Esta construcción de un imaginario colectivo plantea una amenaza severa, propia de un partido en su crisis de madurez. Rivera no puede ser siempre el candidato del futuro, a la manera del Brasil de Zweig. O ahora, o tendrá que dejar paso a Inés Arrimadas.
Por este motivo, los dos debates representan una oportunidad para los partidos políticos ahora y en la próxima cita del 26 de mayo. Porque el entretenimiento de esta semana de Pascua sentará las bases del nuevo espectáculo. No se lo pierdan.
El quinto en discordia
Coda. Vox. Que no sale en la pantalla grande, pero circula sus propios vídeos a gran velocidad. Santiago Abascal juega otra baza, ligada a su enorme carisma y el señalamiento de un territorio común, una patria española a la antigua, que facilita la polarización y la simplificación.
Su estrategia mediática conecta con una corriente contracultural en auge, aquella que defiende el do-it-yourself, la cultura del maker y la apropiación de técnicas comunicativas. Menuda paradoja: el reaccionario vehicula sus mensajes con técnicas posmodernas y de signo populista, en la línea de lo propuesto por el profesor Carlos de la Torre.
Juan Luis Manfredi, Profesor titular de Periodismo, Universidad de Castilla-La Mancha
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.