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Joe Biden, año uno: ¿en qué punto se encuentra la relación entre EE UU y la UE?

03/11/2021
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Joe Biden, año uno: ¿en qué punto se encuentra la relación entre EE UU y la UE?

03/11/2021

Juan Luis Manfredi, Universidad de Castilla-La Mancha

La vida política transita a gran velocidad. Hace apenas un año que los europeos recibieron con entusiasmo la elección de Joe Biden como 46º presidente de los Estados Unidos. Un año después, la relación transatlántica no vive sus mejores momentos. El acuerdo AUKUS, la salida apresurada de Afganistán, la revisión estratégica de la OTAN o el giro asiático han revelado una agenda poco generosa con las expectativas europeas, que con toda probabilidad habían sobredimensionado el interés de la nueva presidencia por los asuntos continentales.

En la práctica, el ejercicio del presidente Biden ha contribuido a revelar las tensiones internas tanto en el seno de las instituciones comunitarias como entre los propios países. Por eso, conviene analizar cuáles son las virtudes y las debilidades de la nueva posición estratégica en las relaciones entre Estados Unidos y Europa.

En el ámbito interno, el presidente Biden presenta unos niveles muy bajos de aprobación, alrededor del 42 %, solo cinco puntos por encima del peor presidente Trump. Esta debilidad se acrecienta por la huida de votantes democrátas tradicionales, como ha sucedido con la elección de Glenn Youngkin como Gobernador de Virginia. El empresario apunta maneras de cómo sería el trumpismo sin Trump, no en las elecciones de 2024, sino en las midterm al Senado en 2022. Si la popularidad de Biden (¡y Harris!) no repunta este año, podría perder la mayoría del Senado y agotar su proyecto político.

La recuperación económica y el miedo a la inflación explica el interés por virar los asuntos de comercio y defensa hacia asuntos concretos y operativos, que tengan sentido práctico y den resultados inmediatos.

El adiós a Afganistán anticipa la “política exterior para la clase media” que será la doctrina dominante en estos cuatro años. Para Europa, este giro de 180 grados significa una mirada exclusiva hacia el océano Pacífico, eufemismo de China.

El tablero europeo se mueve

Como consecuencia, el tablero europeo se mueve, aunque los proyectos no siempre convergen. Francia ha manifestado su descontento con AUKUS, el acuerdo de la angloesfera que ha conducido a la cancelación de contratos con la industria de la defensa por valor de 50 000 millones de euros. Más aún, la alianza entre Estados Unidos, Reino Unido y Australia ningunea la capacidad operativa de Francia en el Indopacífico, territorio natural de su actividad comercial, diplomática y cultural.

Emmanuel Macron, con elecciones presidenciales en mayo de 2022 y con la aspiración jupiterina de liderar la Europa post-Brexit, quiere hacer de la autonomía estratégica europea su bandera internacional. Alemania aún no se ha definido. El futuro canciller Olaf Scholz debe avanzar en la construcción europea y afrontar sus propias contradicciones. China es el primer socio comercial, mientras que Rusia provee de energía a mejor precio.

La apertura de los gaseoductos de Nord Stream 2 contravienen buena parte del discurso medioambiental y verde que se espera de la nueva etapa política. En el ámbito de la defensa, el silencio alemán respecto de la autonomía estratégica anticipa la posición general. Alemania está más cómoda dentro de la OTAN, incluso con un incremento sensible de la dotación financiera, antes que en la constitución de nuevas aventuras de índole militar.

En cuanto a España, la Cumbre de la OTAN se celebrará en Madrid en junio de 2022. Es la oportunidad para revisar la dimensión política de las relaciones con Estados Unidos y facilitar la incorporación de preocupaciones compartidas en materia de seguridad.

Las bases de Rota y Morón de la Frontera, la estabilidad política en el Mediterráneo, las migraciones o la dependencia energética forman parte de la conversación. Hay espacio para obtener una mejor posición relativa, incluyendo visitas y acciones para visibilizar las relaciones diplomáticas. En el otro lado del continente, la actitud de Polonia incomoda a la actual administración.

Estados Unidos necesita una voz polaca sólida y comprometida en el proyecto europeo, porque comparte una agenda de seguridad.

La frontera con Rusia, Ucrania y Bielorrusia no es asunto menor tanto para la expansión natural de la OTAN como para la ralentización de la expansión de los gaseoductos rusos. Una Polonia fuerte dentro de la Unión Europea conviene a los Estados Unidos.

Cómo vincular las decisiones políticas al cambio climático

En todo caso, conviene identificar dos éxitos recientes en las relaciones euro-estadounidenses. Se ha acordado la reducción de aranceles sobre el acero y el aluminio para una cantidad indefinida de producción. Se calcula que rondará los 3,3 millones de toneladas, un descenso del 40 % respecto de las cifras previas a la guerra arancelaria lanzada por la anterior administración.

También es positivo el lanzamiento del Transatlantic Trade and Technology Council, que se ocupará de asuntos clave en la próxima década (inteligencia artificial, semiconductores, pero también cadenas de suministros, puertos o infraestructuras). Son avances significativos para la revitalización del bilateralismo, aunque represente un avance menor.

Si Europa, como proyecto político, aspira a influir de forma decisiva en la política exterior hacia el Pacífico debe vincular las decisiones comerciales y diplomáticas al cambio climático.

Bajo ese paraguas conceptual, Estados Unidos puede apalancar sus decisiones junto con las instituciones europeas para limitar las exportaciones y el crecimiento chino, así como la extensión de las redes de distribución energética rusa.

En el nuevo escenario estratégico, pues, más nos convendría a ambos conducir nuestros proyectos políticos convergentes. El poder normativo europeo crece de manera exponencial alineado con las políticas industriales estadounidenses en un entorno de competencia y desglobalización creciente.The Conversation

Juan Luis Manfredi, Profesor titular de Periodismo y Estudios Internacionales, Universidad de Castilla-La Mancha

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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